Oh, mother, blood, blood!
Patrick (1) desea, pero su deseo de amor se escribe con una posesiva violencia llena de horror, y entonces sabemos que nada calmará el dolor, el de un cuerpo inmóvil en una clínica dirigida por extraviados que cuidan los envases, como dicen los médicos, las cáscaras de las personas que alguna vez fueron, aplicando electricidad a los cuerpos para que las neuronas decidan otros caminos que los recuerdos en los que están atascados completos de furia, sobre todo porque involucran a la sangre de su sangre. Aunque esa imagen sea lo que no los deja morir. Hay algo insuperable de la vieja escuela en las películas de los 70’s y 80’s, primero porque son de la época en que las películas eran películas, cine con sus colores prostibularios y sus argumentos llenos de dolor. Y segundo porque hoy el terror se convirtió en otra cosa. Un terror de esquina, de callejón, de inútil alucinación torturada. El film australiano de Richard Franklin (1) sobre el paciente que está atrapado en su cárcel d