Adios 2016, hola 2017.

https://vimeo.com/197614392

Poco antes de morir mi padre, y con la secreta intención de conseguirla, le pregunté de todas las películas que había visto en su vida, si tuviera que elegir una, cuál era aquella que le gustaría volver a ver.
Yo había comprado entonces una pantalla y un proyector con una idea ridícula de la posibilidad de despedida de las cosas que amamos y en la que me parecía que tal vez una película lo sacara de ése mundo interno en el que se esconden los que se van a ir y lo saben y aprovechan el tiempo pensando en todo lo que pasó, en silencio y con los ojos como si miraran a través de lo que le ponen adelante. Para entonces mi papá no podía moverse, todas las acciones cotidianas más elementales que debe hacer un ser humano, de comer a asearse, las cumplía mi madre por él, con una dedicación que solamente los que conocen y sienten el tema, saben.
Mi padre me miró desde abajo, pensó muy poco, como si no hubiese estado pensando desde hacía tiempo más que en eso y me dijo: “Top Hat”.
Sombrero de Copa (USA, 1935), de Mark Sendrich, con la actuación principal de Fred Astaire y Ginger Rogers, forma parte del paraíso de la comedia musical y dentro del género, los especialistas la clasifican como screwball comedy, un término casi intraducible pero que tuvo su esplendor en el tiempo de la gran crisis económica del 30’ en Estados Unidos, una época conocida en los manuales como La Gran Depresión.
A mí siempre me había gustado más Gene Kelly, pero mi padre amaba la elegancia de Fred Astaire, un hombre que parecía volar más que bailar y que lograba suspenderse en el aire con la gracia de una brisa juguetona. Los críticos dicen que no podían ni verse con su co-estrella en las películas, la rubia Ginger Rogers, tal vez, la pareja de baile más recordada de toda la historia pero, ¿qué importa?
Uno baila con quién puede, con quién le tocó, o con quien no hay más remedio, y aun así, puede permanecer fiel a su cuerpo, y leal a lo que la música, el ritmo, los que están alrededor, y sobre todo con quien se establece la única comunicación del baile y con el que uno tiene un enfrentamiento amoroso, uno habla con el cuerpo.
Ahora que el tiempo pasó, yo que siempre fui demasiado tímido para bailar, entiendo que a veces tenemos la responsabilidad de hacer las cosas por los que no pueden.
Que bailar no es solamente una alegría, sino una obligación.
Ya sea que hablemos de películas en las clases, en la radio, en los blogs; o revelemos negativos de nuestros pasos en la oscuridad del laboratorio; incluso cuando organizamos prácticas y talleres o transitamos por los festivales y las salas haciendo preguntas a los artistas que hacen las obras, siempre estamos ahí, bailando en el aire para un encuentro, en el que nosotros, los desconocidos, nos encontramos porque escuchamos por primera vez una misma música al mismo tiempo, (como supongo que ocurrió con mis padres, que se conocieron bailando) y tratamos de que nuestros movimientos provoquen el mismo cuerpo porque no nos queda otra opción que enfrentarnos amorosamente, que no queda otra salida, cuando todo parece perdido, que bailar.
Y sobre todo, bailamos o deberíamos hacerlo, para los que pierden, para los que no pueden ir, para los que no pueden estar, para que los que estén ahí, sin control de su cuerpo, o de su mente o del destino, tengan la posibilidad de bailar a través de nosotros, como cuando las tías nos llevaban de las manos para que diéramos una vuelta del baile de folclore y corríamos a escondernos de la vergüenza detrás de las cortinas. Bailamos por la posibilidad de sentir un instante con otros la misma música, tratando de tocar aquello que es improbable, en un encuentro, en los ríos de los días; algo que sea así, aunque se vaya, aunque no llegue, aunque se muera, aunque no exista: esa idea del que baila en el aire, la forma de atrapar en el cuerpo lo que sea que es eso que decimos que es la felicidad.
Roberto Camarra, 31 de diciembre de 2016.
(Dedicado a todas las personas con las que intercambiamos un precioso instante, a mi padre, y por supuesto, a Fred).

Comentarios

  1. Robert, hermoso recuerdo de tu padre. Y gracias por tu docencia, ya que en mi baile me he sentido algunas veces muñeca de trapo y otras, la novia de Pinocho. Con tu mentoría en Talleres de la imagen, me doy cuenta que puedo ir encontrando el ritmo! Feliz 2017 :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Carpa del Pañuelo Blanco de las Madres de Plaza de Mayo para celebrar el bicentenario: canta Santiago Feliú, actúa el Tríada Teatro y más.

Pablo Fischerman: el guitarrista y director de cine y televisión cuenta cuando Francis Ford Coppola cantó con él en el bar Rodney de Chacarita.